jueves, 10 de noviembre de 2011

DEL CAMINO TERAPEÚTICO A LA MESETA NIKOSIANA.


De cerca nadie es normal.”
Caetano Veloso

¿Qué es la razón? La locura de todos. ¿Y qué
es la locura? La razón de uno.”
Giuseppe Ressi

Me presentaré si me permiten como uno más de aquellos, de los muchos -y cada vez más- que han visto truncada su juventud por un diagnóstico psiquiátrico. No vienen al caso, al menos de momento, las causas, que fueron muchas, de mi sufrimiento y como éste me legó ciertas etiquetas que me invalidaron socialmente. Porque a pesar de todo aquí estoy. Dispuesto a hablar sobre nosotros, los llamados locos, desde la perspectiva que da la experiencia viva y el conocimiento en primera persona, sobre esto que llaman locura y que si miro a mi al rededor pienso que es una obligada compañera de viaje en un mundo donde la violencia y lo alienante está institucionalizado, normalizado y normativizado de tal forma que el ser humano se ve abocado -sino cambian mucho las cosas- a ser víctimas de un orden social regido por lógicas verticales de poder o a la absoluta sumisión a unas reglas sociales, que me resultan del todo perversas porque perpetúan la injusticia, la incomprensión y el desprecio a lo diferente. No es de extrañar por tanto que muchas veces me refugie en el acto literario y en aquellos recuerdos que se conservan vivos en la pátina de mi memoria como huella imborrable de una inocencia robada cuando uno va creciendo y ha de enfrentarse a eso que llaman realidad.

Os pondré algún ejemplo, a mis 33 años aún recuerdo como de niño me fascinaba mirar por aquel pequeño tubo en el que se distinguían formas geométricas de colores muy diversos, y como lo que más me atraía de ese objeto era que dichas formas y dichos colores podían cambiar simplemente con el movimiento de una pequeña rueda situada a lo largo del tubo y que al querer volver hacia atrás para observar de nuevo una de esas figuras resultaba que ya no era la misma que hace un instante, como si lo que había visto en realidad fuera como un fogonazo, como una diapositiva justo antes de ser auto-destruida. La materia de los sueños se me presenta como algo similar, algo cambiante, algo que muta a partir de nuestro movimiento, que no es otro que el movimiento de la vida.

Seguro que muchos habéis jugado al escondite inglés o al un, dos, tres, pica-pared (como le llamamos en mi tierra). Más allá de la emoción que nos causara contar y girarnos cada vez más rápido, con el afán de pillar en movimiento a alguno de nuestros compañeros de juego y eliminarlo hasta la siguiente partida (el primer eliminado paraba), me quedo con esa imagen girarse para mirar y descubrir que todo ha cambiado, que la vida sigue su curso y que la partida aún no ha acabado.

Lo difícil de hablar de la memoria se genera precisamente en su carácter caprichoso, pues no siempre nos brinda lo que precisamos. Es como una compañera a la que cada vez que miramos nos devuelve una mirada distinta. En la raíz de ese carácter reside como esporas, esperando el momento justo para brotar como hongos en medio del hummus, nuestra incertidumbre. De alguna forma nuestro estado de ánimo a la hora de empezar un relato, sobre todo si éste ha de ser fiel a uno mismo, se ve zarandeado por este sentimiento, que se va transformando con el paso de los años, del mismo modo que se modifica el paisaje que dejamos atrás a la hora de hacer camino. Quizás el truco esté en estar atento a ese relato con la intención de atrapar en pleno vuelo la manifestación fugaz del inconsciente, pero para eso me temo que es necesario mucho entrenamiento.

Hace poco leía que nuestro inconsciente es como un pequeño monstruo que todos llevamos dentro y que se le considera un pequeño monstruo porque representa la mayoría de aspectos que todos reprimimos desde pequeños, desde que nos obligan (con sutil chantaje) a hablar para conseguir el objeto de nuestros deseos, ya sea agua, un lavabo o un abrazo. El lenguaje es también aquello con lo que somos reconocidos, en una suerte de juego de espejos donde lo difícil, si es que es posible, es encontrar ese reflejo que nos defina tal y como estamos en cada momento. Porque el lenguaje -según Lacan- no está hecho para comunicar sino para gozar, y por esto acaba siendo el generador máximo de frustraciones. ¿Qué hacer? Benditas paradojas, porque si la palabra es la raíz del problema, la misma palabra es la solución, la palabra liberada de los corsés socioculturales, la palabra desnuda de lastres pasados, como ocurre a veces durante los sueños, para que así uno pueda identificarlas y después pactar con ellas. De ahí la importancia de la palabra como puente, como boya, como tabla de salvamento; es por esto, porque considero que dice más una palabra precisa que mil imágenes, que me esfuerzo hasta encontrar aquella que abra las puertas y permita entrar la luz. La búsqueda de esos términos precisos, como agujas con las que atravesar las mariposas que vuelan en bandadas llenando mi pensamiento, es lo que da sentido a mi vida.

Quizás lo que me haga diferente de tanta gente que ha pasado por esto de la locura ha sido precisamente mi obstinación a la hora de pactar con esos pequeños monstruos de los que hablaba hace un momento, junto al esfuerzo por sostener aquello que llaman psicosis durante la mayor parte de mi vida (aunque fuera tomando malos caminos, de los que no acabaría por salir indemne).

Tengo la suerte de recordar mi primera alucinación, la cual viví a los tres años de edad, una de esas vivencias que te marcan de forma implacable y que sabes desde el mismo momento en que la vives que es de esas cosas que más vale no explicar (ya que fulminaba con mis superpoderes de niño cabreado a toda mi familia y a varios médicos del Hospital San Juan de Dios de Barcelona a base de rayos salidos de la nada, para después devolverles la vida con la misma magnanimidad que se le supone a los dioses). El resto de mi infancia y de mi juventud se podría reducir a un esfuerzo por sacar provecho a esa vivencia, que me marcó de forma inevitable; es decir, un esfuerzo dirigido a sacar provecho de lo que yo identifiqué, por un lado como un gran y terrible poder y por el otro como fruto de mi portentosa imaginación. En esa dualidad me moví durante años, alimentando y descargando toneladas de sospecha; sólo podía ser dos cosas en mi vida: el azote de Dios o escritor, y por prudencia me decidí por lo segundo. Así que el aprendizaje literario y su juego fueron la muleta o el andamio que sostuvieron durante más de veinte años mi mente, evitando que la psicosis desmoronara mi imaginario. Ahora, mientras escribo estas líneas, vuelvo la vista atrás y me doy cuenta de que muchos errores que cometí en mi vida, no sólo fueron causados por la inexperiencia o la estupidez, sino que eran una especie de decisiones desesperadas dirigidas a salvaguardar aquello que sostenía y soportaba mi estructura mental. Eran conductas que se generaban en un intento de sanar o al menos justificar mi trayectoria vital, truncada desde bien pequeño por el delirio y su misteriosa opacidad. La búsqueda de un reflejo fiel, de un interlocutor ideal que me ubicara en una manera satisfactoria de estar en el mundo, o lo que es lo mismo, la pesquisa de ese rol que me aportara estabilidad, autocontrol y libertad atraviesa transversalmente casi toda mi infancia y adolescencia.

Pasados los años, poco después de haber cumplido los 23 y con la enfermedad de mi madre (un cáncer de colon en fase cuatro) en ciernes, todo se vino abajo. No quería, no estaba dispuesto, a seguir esforzándome por sostener algo como mi vida que carecía -o eso me parecía a mi en aquel entonces- de sentido. Fue una pataleta, llena de rabia, llena de dolor, llena de frustración, llena de miedo y soledad, en la que aparté al Otro social de mi vida. ¿Dónde estaba mi premio por haber sufrido tanto? En lo que Freud llamaría una crisis neurótica narcisista, me cerré en banda, negando todo aquello que me había ayudado, posiblemente porque perdí la ilusión, las ganas de seguir sosteniendo una carga vital que se me hacía demasiado pesada, después de varias decisiones equivocadas. Mi primer contacto con un psiquiátrico estaba planeado precisamente para descansar de todo aquello. Pretendía (en mi ignorancia) tomarme unas vacaciones para poder regresar más tarde con las pilas cargadas. Ahora sé que me hubiera ido mejor marchándome a un balneario. La medicación supuso una especie de telón de acero que no dejaba entrar ni salir nada. Esto se tradujo en una absoluta incapacidad para gestionar como había hecho durante dos décadas mi psicosis, y anulados los sustentos, el derrumbe fue total. Anulada mi capacidad de razonar y de sentir (aunque fuera de forma extravagante), castrada de la forma más absoluta lo que una buena amiga llama la razón delirante, perdí el control de mi mente, que se fue a refugiar en el delirio más perverso. Sucesos, que desde pequeño, desde aquella primera alucinación criminal, habían sido expulsados de mi imaginario, en búsqueda de una representación de mi mismo carente de todo rasgo perverso, regresaron a mi vida en forma alucinatoria, llenando mis días y mis noches de una auténtica batalla contra la culpa. Pero hubo algo mucho peor... Huellas cubiertas de sedimento caótico, caminos que se abren y se cierran entre una maleza que nos obliga en muchos casos a desandar lo andado. Estelas que se desvanecen en un océano infinito. Borradas por las olas del tiempo... Poesía barata (la mía), porque no hay palabras que justifiquen el enorme absurdo que me parecía en aquellos momentos la vida y sus juegos de equilibrista.

Porque a algunas personas, entre las que me incluyo, en el mismo momento en que sacamos hacia fuera todo el dolor que llevamos guardado, en el mismo momento en que nuestro entorno (demasiado ocupado en mantener el frágil sustento que aguanta sus rutinas) se alarma -porque lo incomprensible está codificado para ser alarmante, peligroso y objeto de temor- ante la imposibilidad de entender de donde vienen estas conductas extrañas, que han erupcionado partiéndolo todo: estructuras, lenguajes, significados, sentimientos, relaciones, cometamos una especie de delito social que exija una pronta condena. Porque los locos explotamos y a la vez implosionamos en una suerte de desgraciada incomprensión social. Es en esos momentos en los que caemos sobre las duras camas del psiquiátrico, donde nos diagnostican con etiquetas terribles con las que no nos reconocemos, donde nos medican con drogas que nos impiden pensar, sentir, razonar como hasta ese momento habíamos hecho. Es en un hospital tan poco hospitalario como el psiquiátrico donde somos separados del resto de enfermos por sendas puertas cerradas a cal y canto, porque aunque digan que ya cayeron los muros de las antiguas instituciones, sigue habiendo otros muros, otras puertas, como fronteras cerradas para que quede bien claro que no somos normales, que estamos locos o lo que resulta más aterrador no estamos locos, somos enfermos con cerebros enfermos, somos enfermos que no tienen en teoría ningún control sobre su vida, su sufrimiento y su dicha.

Mientras que el resto de locos (los que hay más allá de las puertas del psiquiátrico) luchan cada día por sostener los vaivenes emocionales que les provoca los embates de la vida, nosotros, los que hemos pasado por aquí dentro, desde el mismo momento en que nos diagnostican y asumimos, como niños buenos y sumisos, que somos y seremos enfermos crónicos, víctimas del ir y venir de ese cajón de sastre “explicatodo” y “describenada” llamado dopamina durante el resto de nuestras vidas, nos vemos obligados a renunciar a nuestra identidad, a nuestra experiencia, a nuestros valores, a nuestras creencias, a nuestros sueños e ilusiones, y, lo que es peor, renunciamos a todo aquello que seguramente fue causa real y que como real que es resulta dificilísimo, sino casi imposible de explicar a las primeras de cambio.

Así, con la personalidad desestructurada, despersonalizados diagnósticamente, con las emociones aplanadas por la química farmacológica flotamos a la deriva en una sociedad hostil, depredadora, voraz, donde la sutil violencia a la que todos los seres humanos somos sometidos cada día va desmembrando las posibilidades reales de cambio... Las voces, las fantasías, las pesadillas pueden haberse detenido. Pero no se tarda en descubrir que en realidad sólo se ha sustituido una pesadilla por otra, que existe una ley no escrita que nos sitúa a partir de entonces en la marginalidad tanto económica, como social más absoluta.

Son otros muros, otras murallas, en este caso invisibles las que sitúan al loco en el lugar del discapacitado total, aquel que ni puede, ni debe decidir sobre las cuestiones importantes de su vida. Estas murallas nos separan de los otros y su materia consistiría en un amasijo de falsas creencias, prejuicios, estigmas, miedos y golosa irresponsabilidad. De murallas hay tantas como grupos sociales denostados, ninguneados, anulados cuando se confrontan con un otro social que se cree superior. Es desde esta lógica de las relaciones de poder y la ignorancia desde donde se construyen los prejuicios. En el momento en que alguien piensa que es mejor, más libre, más capaz que otra persona porque ésta última tenga algunas dificultades, y esta idea le impida acercarse a él, de pura soberbia, se levanta un muro invisible. Creo, ya lo he dicho antes, que todos los seres humanos tenemos ciertas dificultades para sobrellevar la vida -sólo que las de algunas personas son más evidentes que las de otras- por lo que todas las personas de este planeta seríamos en cierto modo discapacitados. Desgraciadamente las personas tendemos a pensar que “las taras físicas, emocionales, etc” son exclusivas de los demás, porque nuestro ego nos impide hacer una reflexión autocrítica sobre nuestra conducta, quizás porque de otra forma no seríamos capaces de soportar la carga simbólica que supone admitir nuestra discapacidad. Esto no sería un problema si participáramos socialmente de una lógica donde la horizontalidad, el respeto hacia el otro y su enorme diversidad fueran los valores imperantes, en contra de la uniformidad global que parece que se nos quiere imponer desde los mecanismos de poder. Porque considero que el problema no es una etiqueta determinada. Las etiquetas son sólo eso: etiquetas. Éstas se convierten en estigmas cuando se asocian a ideas negativas por parte del afectado o la sociedad, ideas que varían su significado según las culturas, las creencias, las experiencias y las subjetividades. Hoy en día resulta muy difícil mirar a alguien a quien se le ha colgado una etiqueta, y se ha acabado por identificar con ella, en un lugar distinto a la casilla en la que se le ha encerrado socialmente. En estos casos debería ser la misma sociedad que lo etiquetó quien, a juzgar por sus actos y su esfuerzo, lo situara en otro lugar, pero parece que esto no interesa demasiado. En salud mental, por una crisis, la mayoría cargamos con el peso del diagnóstico toda nuestra vida, hasta el punto en que la misma etiqueta puede acabar suplantando la identidad del sujeto, máxime cuando en el momento del diagnóstico se pone tanto énfasis por parte de los profesionales en la aceptación y cronicidad del mismo. Quizás por esto prefiero hablar de problemas reales que no de memorizar el DSM-IV. Las limitaciones propias y del entorno sumadas a los indeseables efectos secundarios de los psicofármacos hacen muy difícil que una persona diagnosticada se recupere.

Además me resulta cuanto menos curioso comprobar como estudios antropológicos revelan que en un país tercermundista como Sri Lanka, donde en algunas tribus un brote psicótico es entendido socialmente como una posesión “mágica” por parte de los antepasados del sujeto y éste es apreciado o al menos no excluido o rechazado por su condición, exista una mejor evolución de los afectados respecto al todopoderoso Occidente y sus modelos de normalidad y manuales diagnósticos. Por alguna razón, estos estudios tienen menos interés en los medios de comunicación que los ensayos clínicos o la salida al mercado de un nuevo psicofármaco, y mientras tanto la imagen que se proyecta en los mismos medios de la locura se relaciona directamente con peligrosidad o incapacidad.

A parte de esto es desde el contacto directo con la comunidad desde donde se desmontan los estigmas (éste y el que sea). Cuando uno se ve obligado a desinstalar de la categoría social a alguien a quien ha estigmatizado porque no asume el rol que se le presupone es cuando el estigma tiende a desmontarse (a caer por su propio peso). Yo he salido del armario hace mucho, y por todo lo que hago, y donde lo hago, y con quien lo hago nadie me considera ni un enfermo, ni un esquizo, sino un tipo simpático y algo alocado. Desgraciadamente a mí se me coloca en el lugar de la excepción, e incluso, a pesar de los muchos médicos que afirmaban antaño mi absoluta pérdida del juicio, ahora según aquellos psiquiatras que al conocerme no reconocen a un esquizo como manda el DSM o como dios manda, que para su caso son lo mismo, me dicen que mi caso es un claro ejemplo de mal diagnóstico. Lo que sea por no manchar las decisiones de la A.P.A1 y su bendito consenso.

El psiquiatra Manuel Desviat nos recuerda lo difícil que les resulta articular una ética a profesionales como él con estas palabras: <<Si es aún difícil la introducción de normas y protocolos que garanticen la eticidad de la practica médica en general, es fácil adivinar las resistencias, las trabas, las confusiones en la atención psiquiátrica, donde los pacientes más graves –los psicóticos- han sido considerados, cuando menos, unos menores más ó menos perversos precisados de tutela de por vida, y los menos graves –los neuróticos-, unos inmaduros inestables y de poco fiar.>> Los psiquiatras, como estandartes de esta herramienta de control social disfrazada de ciencia de la salud que resulta ser la psiquiatría, son causantes o altavoces o brazos ejecutores de un abuso descarado contra los derechos2 de las personas que como yo, hemos acudido a los servicios de salud mental esperando ser comprendidos y acabamos siendo silenciados de la forma más taxativa posible. Estos personajes, que se presentan como los guías del camino terapéutico, los dueños del SABER -así en mayúsculas- sostienen el monólogo cientificista, imposibilitando desde su negación al diálogo, en la mayoría de casos la re-estructuración identitaria, siempre que ésta se salga del angosto sendero del protocolo tutelar impuesto. Palabras no dichas, palabras negadas, palabras silenciadas, subjetividades y saberes velados por los procesos denominados como terapéuticos y por la incrustación en los sujetos de una lógica en tanto paciente. Hablo de procesos a través de los cuales se nos entroniza como individuos sufrientes en una doble realidad de paciente y de enfermo mental y se asfixian nuestras posibilidades de ser o de estar fuera de esa identidad enferma3. De forma que como en las lógicas manicomiales de las antiguas (aunque vigentes) instituciones totales hasta el ocio acaba siendo protocolizado.

Personalmente considero que ocio, como la infancia, son aquellos momentos en los que uno es realmente dueño de su tiempo. Fuera de horarios, protocolos o estructuras socialmente definidas uno parece tener el poder de tomarse un respiro y decidir sobre aquello que desea o le apetece hacer para aprovechar ese tiempo con total libertad. Toda decisión o actividad sería válida siempre que sea elegida por su protagonista, desde pasear, escuchar música, tomar algo con alguien con quien te apetece compartir ese ratico, ver la tele, leer, dormir o incluso no hacer nada, aunque en mi caso no comprenda del todo que es lo que cabría o no cabría en esa nada.

Pienso que en una sociedad como la nuestra, tan categorizada en estructuras que remiten a la producción, el ocio se entiende como la salida de las obligaciones rutinarias, si bien en muchos casos resulta muy difícil desprenderse de esas rémoras que se adhieren a uno durante el día a día. Hablo de desconectar el ordenador, el móvil o aquel mecanismo que nos ata a una cotidianidad, en muchos casos incómoda, pero que se entiende socialmente como necesaria. Esta circunstancia puede provocar que el ocio sea algo así como una quimera o un espejismo, un falso oasis donde nos refugiamos, ya que muchas personas, entre las que me incluyo, pueden tener problemas para resetearse de aquellas obligaciones que lastran nuestro tiempo de ocio o de libertad, simplemente porque pasadas unas horas o unos días, uno tiene el deber de renunciar a su libertad, aparcar en el desván a ese niño que nos miraba con ganas de jugar desde el otro lado del espejo y crecer, y comportarse como un adulto responsable, que sería lo mismo que hacer aquello que se espera de nosotros.

El ocio protocolizado, esas instancias o momentos en los que desde centros de día, se organizan salidas todos juntos a hacer lo que llaman actividades de ocio, para mi es en realidad la perversión del concepto. Porque aunque no me es difícil intuir que la mayoría de los usuarios de un Centro de día recibirán agradecidos, como aquellos niños a los que se les anuncia una excursión pasados los exámenes finales, la noticia de que durante un día dejarán de lado sus obligaciones, su rutina y podrán salir del edificio para hacer algo diferente a lo habitual. Ese romper con su trabajo -porque por muy retorcido que parezca, considero que las personas que llegan a un Centro de día, desde su discapacidad, los efectos secundarios de su tratamiento o su incapacitación, han de ejercer de enfermos mentales durante ocho horas al día, sin importar el estadio en que estén de su trastorno o que lo estén sufriendo en esos momentos- convertiría la salida en algo deseado. No obstante no considero estas actividades como parte del ocio, ya que, pese a tener en cuenta las opiniones de la persona, no son ellos los que deciden, sino alguien, un superior, que no sólo dirá donde han de ir, sino que también decidirá, en la mayoría de los casos, cuando son aptos para abandonar el “rebaño”.

¿Puede pensarse que un grupo de personas con problemas de salud mental, por el mismo hecho de tener esos problemas, tienen el mismo tipo de interés en relación al ocio? Es decir, ¿un colectivo de personas con problemas de este tipo, tienen necesariamente los mismos intereses de ocio? Obviamente no tienen los mismos intereses. El colectivo de personas con problemas de salud mental no es diferente de otro colectivo, es decir, con tantas diferencias como personas y por tanto deseos y voluntades. Desgraciadamente, se considera a las personas de nuestro colectivo: como personas cuya vida, al girar ésta al rededor de una enfermedad, ha de girar entorno a una terapia, que transforma toda actividad en parte de dicha terapia y desvirtúa toda opinión o decisión del afectado al presuponerle una incapacidad para elegir lo mejor para sí mismo.

Por su parte estos profesionales de la salud que se disfrazan bajo una capa de distante seriedad y que aunque deben arreglar la vida de cada paciente, muchos no son capaces de manejar la lavadora, esconden bajo una pulcritud y un orden del todo impostados, quién sabe que perversas mezquindades; dicho de otra forma, quien se esconde tras una máscara de fría pulcritud, suele esconder oscuras intenciones. Así veo a los protocolos y a aquellos que los siguen a rajatabla. Estas creaciones de la ciencia Psi y su presunta democracia, no dejan de ser un mecanismo que si ayuda a alguien es al profesional, porque le permite juzgar sin ser juzgado, sentenciar desde la privilegiada posición de quien tiene el poder y el conocimiento de lo socialmente establecido. En otras palabras, ¿qué pasa cuando el profesional no se sitúa o se ha situado nunca en el otro lado? Salvo en algunas excepciones, porque siempre las hay, el resultado es un mal profesional, simplemente, porque es incapaz de empatizar con sus pacientes. Estar al otro lado, aunque sea de forma simbólica, siempre ayuda. Como dice un buen amigo: huye de aquel que se considere totalmente cuerdo, porque suelen ser muy peligrosos. De esta forma, el llamado acompañamiento terapéutico acaba siendo una instancia clínica y ética del pastoreo. Me refiero al pastoreo, a pastorear, con el ánimo de ridiculizar la palabra acompañamiento. Acompañar para mi sería aquello a lo que se refería Albert Camús <<No camines detrás de mí, puedo no guiarte. No andes delante de mi, puedo no seguirte. Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo.>> pero si uno se pasa por la mayoría de servicios de salud mental acaba siendo una palabra cargada de todo un campo semántico que concierne al paternalismo, a la caridad, a pasear al rebaño, a volver a los locos dóciles, a una especie de mansedumbre en la servidumbre.

Fue una suerte regresar de ese mundo. En Radio Nikosia, que fue la primera radio española en importar la idea fundacional de Radio La Colifata -en palabras de Alfredo Olivera, director de dicha emisora- Crear lecho para que fluya el río o lo que sería lo mismo crear un marco desde el cual la persona pueda encontrar espacios para el decir, para estar, para ser más allá de lo que dicta su diagnóstico, y pueda, al mismo tiempo, transmitir o canalizar todo aquello que tradicionalmente se le ha sido negado. En esta meseta4 nikosiana, volví a valorar al Otro social. Nikosia que había surgido tanto de la necesidad de los locos por decir, como por la necesidad de algunos profesionales por abrir nuevas vías de expresión fuera de los escenarios clínicos habituales, allí donde otra relación con los afectados fuera posible, encontré un grupo cuya motivación era poder expresar en un medio de comunicación aquellas opiniones personales y/o colectivas que no se encontraban eco en el resto de medios. Su finalidad era dar una visión naturalizadora de la locura, de su sufrimiento y de sus goces, de sus inocencias y de sus perversiones. Más allá de considerar normal aquello que decían y/o hacían preferían considerarlo como algo natural, en el sentido de que es parte de lo humano, de los dolores humanos. Naturalizar no significaba pasar de ello, al contrario, tiene que ver con un acto de no segregación, entenderlo como parte de la naturaleza humana, una naturaleza que merece ser cuidada en ocasiones y que necesita que le pregunten si quiere o necesita esos cuidados, huyendo además de conceptos excluyentes como lo considerado “normal” -que es aquello que consigue transformar lo diferente en patológico.

A partir del 2008 y de la consolidación de la Asociación socio-cultural Radio Nikosia -cuyos estatutos fueron firmados por 45 personas, 40 de las cuales teníamos algún tipo de etiqueta psiquiátrica-, nos establecimos como una entidad multidisciplinar que busca trabajar la salud desde ámbitos comunitarios y culturales, a partir de prácticas y dinámicas de participación permanente en la comunidad. Nuestra misión u objetivos principales se centraron en la necesidad de generar instancias para la resocialización, el restablecimiento de las redes sociales de los afectados, así como la recuperación de un rol activo, con sentido, dentro de la comunidad y sus dinámicas. Al mismo tiempo, la tarea se centra en una labor conjunta para, con, y hacia la sociedad, ante la necesidad de la de-construcción del estigma en tanto generador de un tipo de sufrimiento que suele denominarse, social. La asociación Nikosiana sería una entidad cultural y social que se mueve entre ambos campos, de eso se trata. La salud es un tema que puede tratarse también en la plaza pública, en el mercado, en el corazón de la ciudad. Después de varios años colaborando y reflexionando horizontal y grupalmente entre todos nos fortalecimos con lecturas, recomendaciones, correcciones, argumentaciones, etc. Como si todo el colectivo se hubiera hecho más cargo de Nikosia, terminamos de apropiarnos de nikosia como espacio justamente propio. Es desde entonces que muchos aprendimos por ejemplo que de enfermedad mental sólo hablan los mass media, que ni siquiera la misma psiquiatría refería dicho término ante la inexistencia de evidencias científicas. Es por eso que: por la inconsistencia de la psiquiatría como disciplina y su incapacidad para solucionar los sufrimientos que suelen surgir del contacto del individuo con su entorno, su habilidad para diagnosticar y su incapacidad para curar, su funcionamiento cada vez más protocolizado preferimos en nuestra mayoría utilizar tanto la palabras locura como la de loco o loca para definir una problemática que tiene que ver (trasladándonos a su etimología latina referida al locus) con el lugar que ocupa el otro para nosotros y el lugar que ocupamos para el Otro social imperante. Por tanto tendría que ver con el lugar donde hemos sido ubicados socialmente aquellos que hemos sido rechazados por nuestras diferencias en la manera de sentir o interpretar la realidad estructurada en el discurso oficial. Hasta los nuevos hallazgos científicos están demostrando que la realidad que percibimos es mucho más producto de una construcción que realizamos en nuestro cerebro que de algo exterior que cuente con propiedades sólidas y comprobables; cómo lo que llamamos verdad no es más que un conjunto de convenciones colectivamente acordadas y mantenidas, y cómo todo intento de encontrar fundamentos inmutables en nuestro mundo resulta vano5. Es en este marco en el que Radio Nikosia resulta una instancia de posibilidades que se reproducen e interconectan entre sí en los diferentes espacios donde se alza la voz de sus miembros. Esta interconexión dentro de una estructura horizontal, sin jerarquías, donde cada voz es igual de valiosa es uno de los principales motivos por el que distingo rasgos rizomáticos dentro de su organización. Siendo a su vez la lucha contra el estigma, el acto creativo y la pedagogía social, aquellos rasgos afines que darían estabilidad y sentido a Nikosia como meseta, sustentados a su vez por el enorme respeto que sentimos los nikosianos entre nosotros. Como si de una familia auxiliar se tratase: todo lo que afecta al grupo o a una de las partes tiene repercusiones en nuestro funcionamiento como cuerpo u organismo en constante cambio y evolución.

De esta forma la radio funcionó como una suerte de altavoz para la palabra tradicionalmente velada. La idea era que fuese un espacio propio para así darle forma a ese intento de hablar de la locura desde la voz que la sufre. Siempre decimos que radio Nikosia increpa a la locura, la cuestiona, se refugia en ella, la expulsa, la redefine, la ubica en el lugar de lo “normal”, la abraza, convive con ella y sus vaivenes, la padece6. Somos personas que buscan comunicar y comunicarse como una estrategia en pos de de-construir las bases del propio sufrimiento.

Según explica Martín Correa-Urquiza en su tesis:

Puesto que el sufrimiento alrededor de lo que llamamos locura es, en una de sus medidas, resultado de cierto tipo de interacciones que se establecen o que pueden establecerse con un contexto hostil a la diferencia que implica esa locura, si modificamos y generamos un otro contexto con otras opciones posiblemente se desencadenaran una otra clase de fenómenos y una otra clase de relación entre el afectado y el entorno y entre el afectado y sí mismo”. 7

He podido salir del papel que se me había asignado socialmente -como enfermo mental- y he asumido nuevos roles, con nuevos significantes poseedores de una carga simbólica diferente, como son el de redactor, locutor, productor, escritor, pintor, conferenciante, etc. De esta forma, una vez abandonada la identidad diagnóstica que me fosilizaba en cierto modo he podido llegar a otras posibilidades de pensarme como individuo, desprendiéndome por el camino de ideas que lastraban mi funcionamiento respecto al otro. Por decirlo de alguna forma al pensarme como otros, he podido incluir a muchos otros en mi vida y esos otros me han ido incluyendo en las suyas.

A día de hoy sigo delirando (a pesar de la medicación que tomo periódicamente y que se ha reducido un 80% desde que entre en la radio) pero al evolucionar mi forma de pensar y por tanto de relacionarme con el mundo y con el Otro ha cambiado mi forma de pensar y relacionarme con mi locura. Almudena (mi mujer) ocupa en este apartado un papel importantísimo, como imagino ocupo yo en su vida, ya que es mi nuevo sustento, mi nueva muleta, es la ventana que me abre hacia los demás y que me recuerda a diario (como en un Expediente X muy particular) que la verdad está allí afuera. El amor y sus rutinas, a pesar de la locura, son las mejores medicinas. Junto a ella, la literatura vuelve a formar parte indisoluble de mi día a día, ayudándome a espantar los fantasmas, después de bucear en mi imaginario en busca del germen de una buena historia. Todo el trabajo, todo el esfuerzo realizado durante esos 23 primeros años de vida se han convertido en la base de mi corpus de escritor, una base firme, bien cimentada por años de lecturas, donde construyo cada día mi futuro desde la tranquilidad que supone que al acabar ese Otro amigo juzgará mi esfuerzo y mi inspiración. La fantasía de los relatos, no sólo huye de cualquier categoría diagnóstica, sino que desde el delirio que supone en sí misma me ayuda a comprender y a soportar nuevamente mi vida, dando respuestas a los enigmas que ella misma plantea en su estructura. Aquella donde lo sutil, lo etéreo, lo vaporoso recobra la importancia que en la fugacidad del día al día, cuando uno se ve apremiado por la urgencia, no siempre es capaz de identificar.


Raúl Velasco Sánchez
Rubí, 10 de Noviembre del 2010


Notas:

1. La redacción del texto definitivo de la Constitución Española por parte de una Comisión Mixta Congreso-Senado, fue votada y aprobada por las dos Cámaras el 31 de Octubre de 1978. Sometida a referéndum, fue ratificada el día 6 de Diciembre de ese mismo año con el 87% de los votos a su favor, sancionada el día 27 de Diciembre por el Rey, y publicada en el BOE el 29 de Diciembre. En el Título I, dedicado a los derechos y deberes fundamentales de todo español, se lee:
Artículo 10.
1.La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.
2.Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce, se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados en España.
Del mismo modo en el Capítulo Segundo, dedicado a los Derechos y libertades, se lee:
Artículo 14.
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
E igualmente en el Capítulo tercero, dedicado a los principios rectores de la política social y económica, se lee:
Artículo 49: Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración a discapacitados a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos fundamentales otorgados a todos los ciudadanos.

Después de esto, si acudimos al artículo 4 aprobado, a fecha 19 de Enero de 1989, en Luxor por la Organización Mundial de la Salud, la Federación Mundial de Salud Mental, y los representantes de las Naciones Unidas encargados de renovar y articular la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se lee:

Los derechos fundamentales de los seres humanos designados o diagnosticados, tratados o definidos como mental o emocionalmente enfermos o perturbados, serán idénticos a los derechos del resto de los ciudadanos.

Comprenden:
el derecho a un tratamiento no obligatorio, digno, humano y cualificado, con acceso a la tecnología médica, psicológica y social indicada;
el derecho a la vida privada y a la confidencialidad;
el derecho a la protección de los abusos físicos y psico-sociales;
el derecho de cada persona a una información adecuada sobre su estado clínico.
el derecho al tratamiento médico incluirá la hospitalización, el estatuto de paciente ambulatorio y el tratamiento psicosocial apropiado con la garantía de una opinión médica, ética y legal reconocida y, en los pacientes internados sin su consentimiento, el derecho a la representación imparcial, a la revisión y a la apelación.

E, igualmente, en el artículo 8 de dicha Declaración, se lee:
Ningún Estado, grupo o persona puede deducir nada de la presente Declaración que implica derecho alguno de abrazar una confesión o a comprometerse en cualquier actividad que conduzca a la destrucción de ninguno de los derechos o libertades citados previamente.

En la Declaración de Helsinki firmada por la O.M.S, en el año 2005, en el apartado de Responsabilidades, se lee:
Nosotros, los Ministros de Sanidad de los Estados Miembros de la Región europea de la OMS, nos comprometemos a apoyar el establecimiento de las medidas que a continuación se indican, que serán adoptadas de acuerdo con las políticas y estructuras constitucionales de cada país y las necesidades nacionales y subnacionales existentes:
l. Adoptar políticas de salud mental y medidas legislativas que contemplen estándares para las actividades de salud mental y el fomento de los derechos humanos.
ll. Coordinar la responsabilidad en la formulación, divulgación e implementación de políticas y normas legislativas en materia de salud mental de los respectivos gobiernos.
lll. Valorar el impacto de las acciones del Gobierno en la salud mental.
lV. Eliminar los estigmas y la discriminación y fomentar la inclusión social, a través de una mayor concienciación de la sociedad y de la capacitación de las personas en situación de riesgo.
V. Ofrecer a las personas con problemas de salud mental la posibilidad de elección y de implicación en su autocuidado, siendo sensibles a sus necesidades y su cultura.
Vl. Revisar y, en caso necesario, adoptar medidas legislativas que favorezcan la igualdad de oportunidades y eliminen la discriminación.
1Asociación Psiquiátrica Americana, estamento encargado de consensuar y redactar el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: DSM.
2Por poner algunos ejemplos desgraciadamente generalizados y con poquísimas excepciones (sólo se me ocurre el centro de Tohén (Ourense) desde la dirección de la doctora Chus Gómez, psiquiatra a la que quiero y admiro) como el ser desnudado en el momento del ingreso ante dos miembros del personal de enfermería (Hospital de Terrassa), la contención mecánica que me aplicaron durante un ingreso voluntario por no poder dormir y querer charlar con una enfermera muy concentrada en rellenar un cuaderno de autodefinidos, la ingesta de medicación involuntaria, los registros anales después de las visitas de mis padres en la clínica de patología dual de Martorell, etc, vulnerando de esta forma resoluciones nacionales e internacionales como éstas: (véase nota 1).
3Martín Correa-Urquiza.
4Gregory Bateson emplea la palabra «meseta»(plateau) para designar algo muy especial: una región continua de intensidades, que vibra sobre sí misma, y que se desarrolla evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o hacia un fin exterior. (…) Nosotros llamamos «meseta a toda multiplicidad conectable con otras por tallos subterráneos superficiales, a fin de formar y extender un rizoma. RI ZOMA (Introducción a Mil mesetas) Gilles Deleuze & Félix Guattari
5Francisco Mora Catedrático de Fisiología molecular de la Universidad Complutense de Madrid.
6http://radionikosia.org
7. Radio Nikosia: la rebelión de los saberes profanos (otras prácticas, otros territorios para la locura)

1 comentario:

Miguel dijo...

Genial entrada Raúl. Nos conocimos en el congreso de Oviedo y a pesar de que te dije que te iba criticar no consigo encontrar por donde atacarte. ¡Cuánto peligro tienen las categorías diagnósticas y cuanto daño han hecho a tanta gente encarcelada en el fetiche de su canto de sirenas. Un abrazo muy fuerte para ti y para Almu!!!!!